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Relatos

La cocina de Luzia

Desde que comenzó en esto de la concina con doce años, no había hecho ni un solo plato que no estuviera a la altura de una gran chef. Aprendió al lado de su madre quien le transmitió todo el amor y la pasión por la cocina que hasta día de hoy sigue conservando. Aún no llegaba a la encimera de la cocina cuando Mónica ayudaba a su madre a preparar los mejores postres que habían probado nunca. Poco a poco, se dejó llevar por su intuición, junto con los consejos de su madre, y Mónica se movía en la cocina como pez en el agua.

Le gustaba tanto, que decidió dedicar toda su adolescencia a formarse, llegando a compartir encimera con grandes chefs internacionales. Y así pasó su juventud, entre fogones, en el Basque Culinary Center, Le Cordon Bleu o en la Academia Barilla. Rodeada siempre de nitrógeno líquido, cazuelas, sifones, agar-agar… pero lo que más abundaba en su cocina era el amor y el cariño que su madre le había transmitido.

A su llegada de nuevo a España, decidió instalarse en su ciudad y abrir un restaurante para poder estar cerca de su madre. Así fue como nació “Luzia“, en honor a su madre, un pequeño restaurante, especializado en comida tradicional de vanguardia y con un especial toque para los postres. Mónica trabajaba cada noche, hasta bien entrada la madrugada, para cubrir las cenas y se levantaba muy temprano para seguir experimentando y creando platos nuevos. Después, a media mañana iba a ver a su madre y juntas, terminaban de darle ese toque especial a los nuevos platos. No había persona en quién Mónica confiara más para experimentar con nuevos ingredientes.

Y así, pasaron los años, trabajando codo con codo entre fogones, creando una carta espectacular para el “Luzia“, hasta que la madre enfermó. En poquitos días, lo justo para poder despedirse, Lucía partió para siempre dejando un gran vacío en el corazón de Mónica. Desde ese momento, todo en la cocina empezó a ser un caos. A los platos les faltaba ese toque tan característico de Mónica. Las recetas y los ingredientes eran exactamente los mismos, pero el sabor era muy diferente. Mónica, apenas salía del restaurante, para seguir experimentando y trabajando en cada receta, pero no había manera. Para cuando el restaurante ya nunca ponía el cartel de completo, Mónica estaba desesperada.

«Al momento, la inspiración llegó a ella como si alguien tirara de unos hilos para mover sus manos»

Un día, decidió volver a casa de su madre para recoger algunos utensilios de cocina y cuando entró en casa, la cocina estaba patas arriba. Como si alguien hubiera estado cocinando y se hubiera quedado a medias. Mónica, después de permitirse llorar unos minutos, observó la encimera y se quedó quieta. Al momento, la inspiración llegó a ella como si alguien tirara de unos hilos para mover sus manos. Los pasos de la receta fluían solos. Al terminar, Mónica probó el plato y no pudo sentir más emoción al darse cuenta de que por fin había conseguido ese sabor que tanto andaba buscando.

Desde entonces, convirtió la cocina de su madre en un laboratorio donde ensayaba, creaba y mejoraba recetas para después cocinarlas en el restaurante. Sentía que su madre era quien manejaba los hilos. El restaurante “La cocina de Luzia“, con nuevo nombre, volvió a no tener hueco en meses y se llevó algunos de los premios más prestigiosos de cocina.

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