
Reencontrarse con lo que nunca se perdió
Han pasado setentaiséis años desde la última vez que vine aquí. Las personas que me acompañan son otras. Sin embargo, el lugar está tal y como yo lo recordaba.
Mi cansada vista apenas me permite ver los detalles, pero mi cabeza los recuerda como si los hubiera estado guardando todo este tiempo. Parece como que no hubiera sido capaz de olvidar esta maravilla de lugar, su luz, su aroma y su silencio.
Nueve años tenía cuando recorrí, por última vez, este sendero que acaba en el Santuario, de la mano de mi abuela. Aún puedo recordar su olor a jabón y su mano apretando la mía. Siento la alegría que desprendían las gentes en el ambiente festivo que se generaba cada año en torno a este Santuario. Un respiro en medio de la difícil tarea de sobrevivir en una España de postguerra. Cuando no teníamos de nada pero nos sobraba todo.
Mi abuela había cosido para mí un vestido precioso a partir de retales que una vecina le dio. Era única dando vida a vestidos y colchas viejas. Mi madre me había tejido una chaqueta encarnada que hacía juego con los colores del vestido y con el color de mis brazos cuando me la quitaba, ¡no veas lo que picaba la lana!. Pero en la montaña leonesa, ya se sabe que no se puede olvidar uno la chaquetina. Y así, con mi ropa de domingos, nos dirigíamos a la fiesta de la Virgen de la Velilla.
Hoy vuelvo aquí con unas cuántas historias a mi espalda. Toda una vida, con sus momentos complicados, amargos, pero también felices. Entramos en el Santuario y ahí sigue ella. La Virgen. Como si no hubieran pasado los años, viendo acontecer el tiempo y siendo testigo de cientos de historias como la mía.
De pronto alguien habla en la entrada, me giro y es mi abuela gritando mi nombre. Está preocupada porque no me encontraba en medio de tanta gente, pero estaba segura de que me había escapado a ver a la Virgen mientras todos comían y bailaban. Me quedo un poco bloqueada y miro a las personas que me acompañan hoy, con cara de no entender nada. Me miro los brazos y siento el picor tan característico de aquella chaqueta encarnada.
-¡Mira abuela!- le dije -Estos son mis hijos, a los que ya conociste, mi nieta y biznietas. Han pasado muchos años y puedes estar tranquila de que no me he perdido. No me he perdido ni un solo momento importante, ni una celebración familiar, ni la felicidad de los míos.
Todos me sonríen y siento que estoy preparada para salir del Santuario, sabiendo que algún día volveré a buscar a alguna de mis biznietas, porque después de setentaiséis años, se habrá escapado para ver a la Virgen de la Velilla.

Reencontrarse con el pasado
Este relato está basado en personajes y lugares reales. Es un trocito de mí. Algunas veces, volvemos a sitios después de muchos años y vemos que las cosas han cambiado, o quizás no tanto. Pero los sentimientos que ese lugar provoca en nosotros siguen siendo los mismos y nos hacen conectar con todo aquello que llevamos dentro, pero que habíamos olvidado.

La cocina de Luzia

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